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LARROSA







En pleno valle de La Garcipollera, que tiene su inicio o embocadura en Castiello de Jaca, se halla el despoblado de Larrosa, deshabitado desde mediados de los años 60 del pasado siglo. La totalidad de sus tierras y montes fueron replantados de pino, con idea de evitar la colmatación del vaso del embalse de Yesa. De esta manera Larrosa pasó a engrosar en la lista de localidades oscenses deshabitadas.

Aparece citado desde el siglo XI, en un documento del cartulario de San Juan de la Peña. En él, Sancho Ramírez cede el lugar a Sancho Galíndez y su esposa Urraca.

A Larrosa se accede por medio de la carretera que se adentra en el valle de La Garcipollera. Hay que rebasar el despoblado de Acín y cruzar el río Ijuez sobre un puente de cemento, poco después, sale a nuestra derecha una pista señalizada y restringida que en unos 40 minutos de caminata nos conducirá hasta el despoblado.

Las viviendas eran amplias, en su gran mayoría, de tres y cuatro plantas. En la planta baja estaba el patio, la bodega, el trastero y la cuadra. En el primer piso se encontraba la cocina, con hogar y fregadera, el comedor y, en algunos casos, una de las habitaciones. La segunda planta era la de los dormitorios. Arriba del todo estaba la “falsa”. Hasta 18 casas, que sepamos, llegó a tener abiertas en momentos de máximo esplendor. Estaban distribuidas en dos calles. Algunos de sus nombres eran: Matías, Cajal, Miguela, Blas, Ambrosio, Marcelino, Pedromundo o Marco. Actualmente ninguna de las casas conserva su cubierta, y los dinteles y detalles más interesantes se han hundido o han sido expoliados. Triste final.

Durante los siglos XIX y XX obtuvo censos que rebasaron en centenar de habitantes. En el año 1900 contaba con 137 habitantes. En 1950, una década antes de quedar deshabitado, aún había 57 personas censadas.

Arquitectónicamente hablando en Larrosa hay un edificio que, a pesar de su estado, brilla con luz propia por encima del resto: la iglesia de San Bartolomé (s. XI). Es un templo de una sola nave, con capillas laterales, pequeño presbiterio y ábside semicircular orientado al este. La torre campanario, de un solo cuerpo y remate de losas del país, se adosa a su lado norte. La puerta de acceso, que despliega arcada de medio punto, abre al sur. En nuestra opinión, lo más destacado es su hermoso ábside románico, con unos magníficos arquillos lombardos y un friso de baquetones estilo "serrablés". Se trata de un edificio que mecería un poco de atención, a pesar de situarse en despoblado.

También merecen ser citadas algunas bordas que han llegado hasta nuestros días, muy mermadas, eso sí, como el resto de las edificaciones. Nos contaron hace algunos años que el pueblo contaba con una vieja escuela que no reunía las condiciones mínimas exigibles, carecía de la luz necesaria y era muy húmeda, sobre todo en el invierno. Finalmente se construyó otra escuela a las afueras de la población. La última maestra que se recuerda fue doña Nieves.

Celebraban las fiestas grandes el día 24 de agosto; tenían una duración de tres días. Además de los actos religiosos había baile antes de la comida, por la tarde y por la noche. Los músicos venían de Acumuer. Amenizaban las canciones con guitarra y violín. También había juegos ideados para los más jóvenes. Las fiestas pequeñas se oficiaban el 8 de diciembre, camino del duro invierno.


Artículo publicado en El Cruzado Aragonés en agosto de 2021



Fotografía 1; Iglesia de San Bartolomé  (Cristian Laglera)
Fotografía 2; Precioso ábside "Serrablés"  (Cristian Laglera)
Fotografía 3; Cabecera  (Cristian Laglera)
Fotografía 4; Fachadas de la calle principal  (Marina González)
Fotografía 5; Ruina generalizada  (Marina González)