Villamana es
otro de los pueblos deshabitados que se localizan en el interior del valle de
la Solana (Sobrarbe). Hay que recordar que se trata de un valle “fantasma”
expropiado por la construcción de un pantano “de papel”, que finalmente quedó
en un proyecto fallido. A pesar de todo esto más de 1500 personas tuvieron que
abandonar sus casas y tierras, ya que la totalidad del valle fue replantado de
pino.
El pueblo
protagonista del artículo de hoy, Villamana, se construyó sobre una terraza natural
por encima del barranco de la Guarga de Cájol. Actualmente la totalidad de sus edificaciones
se hallan en ruina, con la única excepción de una borda. Todas ellas están situadas
en lo más profundo de un bosque de pino de repoblación.
Villamana está documentado desde el
año 1211. Llegó a tener un máximo documentado de cuatro fuegos, años 1488 y
1609, aunque el siglo XX lo inició con tan solo dos hogares abiertos (casas
Salvador y Manuel). En el año 1900 tenía 13 habitantes.
Las viviendas son grandes, de dos plantas, con tejados de losa a doble
vertiente. A su alrededor se levantan sus correspondientes edificios
auxiliares.
A escasos
metros de las viviendas encontramos un interesantísimo pajar-secadero alzado en
el siglo XIX. Se trata de un edificio de gran interés etnológico, uno de los
mejores de toda la comarca. Hasta hace unos pocos años mantuvo la cubierta en
pie. Una pena. Es un edificio de planta rectangular y dos pisos. Lo más destacado
son sus magníficos vanos, abiertos en cada una de sus cuatro paramentos. En sus
últimos años de uso su parte baja cumplió funciones de cuadra.
Además del
pajar-secadero que acabamos de citar, el edificio más destacado que encontramos
en Villamana es su iglesia parroquial. Es un inmueble de origen románico, que
brilla con luz propia. Se construyó bajo la advocación de San Pedro en el siglo
XIII. Se trata de una construcción de nave única y
rectangular acabada en ábside de tambor. A los pies del muro sur abre la portada
de acceso. Sobre ella había un crismón trinitario de seis brazos expuesto
actualmente en el Museo Diocesano de Barbastro, al igual que las pinturas que
decoraban la cabecera.
Carecían de
todos los servicios básicos necesarios, cómo el
médico. Tampoco disponían de escuela. Precisamente para poder acudir a
la escuela los niños de Villamana tenían que desplazarse diariamente hasta el
hoy también deshabitado lugar de Cámpol, a unos tres kilómetros, lugar donde
compartían aula con los niños de San Felices y San Martín.
No queremos
dejar en el tintero el magnífico camino de herradura de acceso al núcleo. No
son muchos metros los conservados, pero sí los suficientes para darse cuenta de
la cantidad de tiempo que sus habitantes le dedicaron. Es una delicia poder
pasear por él.
Las fiestas
se celebraban por todo lo alto el día 25 de julio, festividad de Santiago.
Artículo publicado en El Cruzado Aragonés (enero 2019).
Fotografía 1; Camino de Villamana (Marina González)
Fotografía 2; Casa Manuel (Cristian Laglera)
Fotografía 3; Iglesia de San Pedro (Cristian Laglera)
Fotografía 4; Crismón románico (Cristian Laglera)
Fotografía 5: Pajar secadero (Cristian Laglera)
Fotografía 6; Pequeña borda (Cristian Laglera)